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Las naciones europeas al iniciarse la última década del siglo XIX, tenían espacio suficiente para el progreso y la libertad de todas ellas, sin necesidad apelar «al siniestro arbitraje de la guerra». El mayor peligro sería el incremento territorial de alguna de las grandes potencias. Ese hecho levantaría sospechas y celos en las otras y podría precipitar a todas en una catástrofe. Este riesgo obligaba a ser cautos. Y eso desconcertaba a los que esperaban de España un mayor compromiso internacional. La política exterior pocas veces fue transparente. Estos años no lo fue ni siquiera en el parlamento inglés. El marqués di Rudinì creía en la lealtad de Inglaterra a sus compromisos con los firmantes de la Nota de marzo de 1887. El Mediterráneo occidental era una zona fronteriza para Francia, por un lado, Italia y el Reino Unido por otro. España estaba al lado de estas porque el «Self Denial», propuesto por Salisbury, o lo que di Rudinì llamó «interesse piuttosto negativo», le beneficiaba. En este ambiente se negoció y aprobó la renovación del acuerdo hispano-italiano de 1887. Among European nations at the beginning of the 1890s, there was the potential for progress without conflict. The greatest danger would be the territorial growth of one of the great powers, which would arouse suspicion and resentment in the others and might provoke catastrophe. This made it necessary to be cautious, and disconcerted those who expected greater international commitment from Spain. The western Mediterranean was a frontier zone for Trance, on the one hand, and Italy and Britain on the other. Spain sided with the latter two, because it benefited from what Salisbury called Self Denial. In this context, the Spanish-Italian agreement of 1887 was negotiated. |