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Se dice con frecuencia que nuestro mundo está en crisis, en un momento de cambios profundos, radicales y universales. Si a este escenario añadimos la proclama posmoderna que vivimos en una época post-religiosa en la que no es posible fundamentar la ética en una fe religiosa; que se trata de una crisis de fundamentos, ya que la naturaleza se muestra mucho más diversa de lo que pensábamos y no ofrece valores para fundamentar una moral. En última instancia que somos nosotros los que valoramos y defendemos las normas éticas. Que la sociedad es cada vez más plural, tanto a nivel ético como religioso. Y que sólo se debe construir una ética laica abierta a personas de toda ideología o religión. Entonces, la dimensión de la crisis resulta estremecedora. Por eso, el centro de interés de este artículo está puesto en el conocimiento de cómo la reflexión ética ha ido buscando la identidad y la relevancia del mensaje cristiano en las cambiadas circunstancias de los tiempos. En este contexto y a partir de una descripción histórica teológica, se pretende descubrir cómo las formulaciones de la ética teológica cambian, pero lo hacen no de manera arbitraria, sino buscando permanentemente la identidad y la relevancia. De ahí que la ética cristiana, antes que ser ética formulada, es ética vivida. La ética vivida por los cristianos es, por consiguiente, una ética que se desarrolla en un contexto decisivo, irrenunciable e interiorizado desde la fe. |