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Si la historia está en construcción permanente, si asumimos que los procesos dan pie a interpretaciones múltiples, acordes con los tiempos, las circunstancias y las pasiones, fácilmente podemos concluir que el nuevo milenio que oteamos ya obliga a repensar la historia, deconstruir la memoria y proponer caminos que permitan a las nuevas generaciones una mirada fresca y diferente, tanto de la actualidad como del pasado. Habrá que plantearnos, de igual modo, la necesidad de nuevas formas de comunicar la historia, de expresarla, de compartirla con el fin de consolidar los asideros y las herencias culturales.
Es así como nos vemos obligados a buscar ininterrumpidamente nuevas formas para expresar el análisis y la interpretación del conocimiento histórico; ésta es, de modo implícito, la paradoja de la historia: la de estar siempre en construcción, siempre en movimiento.
En todo ello, la figura del museo adquiere una dimensión particular. De lo que se trata es de despertar inquietudes y, por ello, el quehacer museográfico es una labor ininterrumpida, que supone trabajo metódico y original. Concebir una idea y plasmarla, convertida en hechos tangibles, son tareas encadenadas del historiador que piensa en el mañana y en el triunfo último de la comunicación de sus pesquisas y la comprensión de los procesos: múltiples hipótesis e infinidad de hallazgos que se analizan e interpretan de una manera accesible y comprensible para todos. Sensibilizar al visitante, lograr que se establezca un vínculo entre su pasado y su presente, ése es el gran desafío. |