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Título: Transitivismo y separación temprana. Aportes al trabajo con niños y niñas institucionalizados
Autores: Morales Pérez, Miguel Andrés
Fecha: 2013-04-16
2013-09-13
2013-04-16
2013-09-13
2012-03-13
Publicador: Universidad de Chile
Fuente: Ver documento
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Tipo: Tesis
Tema: Psicología clínica
Descripción: magíster en psicología clínica de adultos
El recorrido aquí presentado tiene como eje común la persistencia por poner en palabras una experiencia en el marco de las residencias de protección para lactantes y preescolares en Chile, en conjunto con las diversas problemáticas con las que ahí se encuentra la clínica psicoanalítica con niños al abordar situaciones de institucionalizaciones tempranas, entorno que, además de clínico, se acerca a la reflexión social y política en relación con la infancia, ya que tales lugares, constituidos por programas estatales, se configuran como espacios donde ésta se produce. Por esta razón el trabajo clínico realizado en este contexto exige ser pensado en el marco institucional en el que se ubica, para hacer dialogar allí las problemáticas observadas con las condiciones institucionales que muchas veces velan, sostienen y producen tales problemas. Al considerar estas variables, es que la demanda de un trabajo clínico puede ser pensada y articulada, en primera instancia, al sufrimiento particular de cada niño o niña que ha vivenciado separaciones tempranas y periodos de institucionalización importantes, y en segundo lugar, integrando aquellas claves discursivas que el Otro social ofrece y en donde el niño queda posicionado, para desde ahí dar cabida y espacio a lo singular de la subjetividad y la realidad inconsciente. Al abordar el contexto institucional de las residencias hay que remarcar que los programas que las sostienen forman parte de las políticas públicas que en Chile, través del Servicio Nacional de Menores, SENAME, se destinan para la protección de niños/as que han sido gravemente vulnerados en sus derechos, existiendo la posibilidad de que un niño o niña sea separado de su respectiva familia a través de una orden judicial, considerando que esta medida de protección “es de carácter excepcional y transitoria, que tiene por objetivo la intervención familiar, para que el niño o niña pueda reintegrarse lo más pronto posible a ésta u otra familia sustituta o adoptiva (habiéndose antes agotado todas las posibilidades con la familia extensa)” (SENAME, 2007, p.7). De esta manera al ingresar cada niño/a a una residencia producto de una medida de protección, trae aparejado como consecuencia inmediata la separación su familia, cuando ésta ha incurrido en una situación de negligencia, maltrato, abuso, etc. Siendo la característica principal la transitoriedad de tal periodo. En este sentido se pueden hablar de al menos tres momentos por los cuales un niño/a que ha sido vulnerado en sus derechos ha de pasar. El primero es la separación de la familia de origen, que tiene por objetivo la detención y protección a propósito de la vulneración, dejando los cuidados personales del niño a la residencia. Cada niño/a que ingresa a una residencia tendrá en común la situación que ha implicado, en primer lugar, la separación afectiva de su familia de origen o de quien haya ejercido los cuidados principales y, en segundo lugar, la vulneración de derecho que ha desembocado la medida de protección, esto se abordará con mayor profundidad en el cuarto capítulo; en un segundo momento está el ingreso a una residencia y el periodo en el que el niño/a se encontrará institucionalizado, para finalmente, en un tercer momento constituir el egreso de la residencia y la vuelta con la familia de origen o con una familia adoptiva, dependiendo de cada caso 1. De acuerdo a lo que cada institución determine, el egreso del niño/a se concretará luego de la realización de las intervenciones requeridas, siempre y cuando los criterios de evaluación dispuestos por las instituciones consideren el egreso con la familia de origen como una alternativa válida. Hasta el año 2011 son 10.250 el número de niños/as y adolescentes institucionalizados en programas residenciales (SENAME, 2011), siendo la mayor causa de ingreso las situaciones de maltrato y abuso sexual, y el mayor porcentaje de permanencia en la residencia por sobre el año, llegando incluso a llegar por sobre los tres (SENAME, 2010). De esta forma además de brindar las condición necesarias de vida para cada niño/a que ingresa a una residencia, se encuentra el trabajo reparatorio que ha de realizarse en relación con aquellas vulneraciones con las que llega cada niño/a, además de considerar las dificultades que trae aparejada las posibles consecuencias de una institucionalización que puede llegar a prolongarse. En el informe final sobre “caracterización del perfil de niños, niñas y adolescentes, atendidos por los centros residenciales de SENAME” de la UNICEF (Martínez, 2010), se visualiza que el trabajo realizado en las residencias es de alta complejidad ante el cual no se puede responder del todo debido a la poca cantidad de profesionales y a la falta de metodologías de intervención que permitan un quehacer que disminuya las consecuencias de la institucionalización, “se estima que las residencias actuales no cuentan con toda la capacidad técnica que requieren los niños y niñas de hoy, y se señala con relativa urgencia la necesidad de contar con más profesionales especializados dentro de las residencias (psiquiatras, psicopedagogos, etc.)” (Martínez, 2010 p. 64). Es preocupante observar, en específico, que dentro de los programas de residencias para lactantes y preescolares el planteamiento técnico especializado para el trabajo con niños y sus familias carezca de una profundidad adecuada de acuerdo a la problemática que aborda, debido principalmente a las consecuencias que la institucionalización puede llegar a tener para la vida psíquica de los niño/as. Para el psicoanálisis el problema de institucionalizaciones precoces ha tenido un lugar importante en las distintas investigaciones y trabajos de quienes conceptualizaron el trabajo con niños, abordando ampliamente conceptos como el de carencia afectiva y de separación temprana, trabajos en los que hay que considerar el contexto histórico europeo de la segunda guerra mundial, en que muchas instituciones tuvieron que hacerse cargo de aquellos niños y niñas que perdieron a sus familias o se mantuvieron separadas por tiempos prolongados. Autores como Anna Freud, Bolwby, Winnicott y Spitz, contribuyeron a la observación y caracterización de diversos cuadros clínicos en etapas precoces acerca de las consecuencias que, tanto la carencia afectiva y la separación, conllevan para el psiquismo (Lebovici y Soulé, 1970). Si bien las residencias brindan a los niños/as que ingresan las condiciones mínimas de bienestar y satisfacción de sus necesidades básicas, éstas deben hacerse cargo, como ya se mencionó, del proceso reparatorio de las consecuencias de la separación afectiva, como a su vez posibilitar la presencia de vínculos afectivos constantes en el tiempo y que trasciendan la mera satisfacción de estas necesidades. La importancia de las primeras vinculaciones son de suma relevancia para la constitución de la subjetividad, y ésta se encuentra ligada en aquellas personas que han representado para el niño/a sus principales referentes (Lebovici y Soulé, 1970). Es importante aquí hacer la distinción entre carencia afectiva y separación, ya que tal distinción permite poner de relieve la problemática específica que aquí se abordará. Al hablar de carencia afectiva se hace referencia a la falta total o prolongada de una figura significativa de afecto; la separación afectiva, por su parte, refiere a que, pese a la existencia de una figura significativa de afecto y cuidados, el niño/a ha tenido que distanciarse por un lapso breve o prolongado de tiempo por alguna causa o motivo. En este sentido la separación no implica directamente la carencia afectiva, y por lo tanto que ésta tenga graves consecuencias en su inmediatez, “los efectos de la separación varían según la fase de reacción ante la separación en que se encuentre el sujeto y esto depende, a su vez, de factores tales como la edad en el momento de la separación, la duración de la separación y la existencia de un substituto materno durante la separación, el mantenimiento de contacto con los padres y la calidad de la adaptación y de las relaciones antes de la separación” (Lebovici y Soulé, 1970, p. 282). De acuerdo a esto último la situación en la que se encuentra un niño/a que ha ingresado a una residencia ha de considerarse como una separación afectiva, destacando que cada niño que ingresa llega con una historia de vinculaciones previa que se interrumpe abruptamente por la medida de protección proveniente de un tribunal; a su vez por la misma situación institucional, se dificulta la existencia de vínculos permanentes y duraderos con alguna persona en particular –una cuidadora de trato directo, por ejemplo- , debido a constantes rotaciones, cambios de personal, etc. Lo cual puede llegar a exponer a cada niño/a a sufrir varias separaciones durante el tiempo que se encuentre en la residencia, más si a esto agregamos periodos prolongados de institucionalización. La separación temprana, si bien se piensa como una forma de proteger en sus derechos a los niños/as, acarrea desde el lado subjetivo de éste el distanciamiento de aquellos puntos de referencia primordiales a los cuales estaba referido con anterioridad, y por otra parte, a la posibilidad de verse enfrentado repetidas veces a la experiencia de separaciones durante el período de permanencia en la residencia. En este sentido se puede hacer referencia a Winnicott y la importancia que le otorga al ambiente, y de quienes portan tales función primordiales con un bebé, señalando que “pueden sobrevivir si nadie cumple este rol, pero con algo faltante en su desarrollo emocional, algo de vital importancia, y el resultado es un desasosiego y una falta de capacidad para preocuparse por el otro, una falta de profundidad y una incapacidad para el juego constructivo y más adelante para el trabajo, con consecuencias insatisfactorias tanto para el individuo como para la sociedad” (Winnicott, 1988, p. 215). Para él, la función de la madre o de quien la sustituya, es la de presentarle el mundo externo, y posibilitar la ilusión de que el bebé crea esta realidad (Winnicott, 1988), con esto se puede plantear que si en el proceso de institucionalización de un niño o niña no hay una persona que pueda sostener y ocupar ese lugar traerá graves consecuencias para la continuidad existencial de aquel sujeto. Los programas residenciales, si bien enuncian que su papel principal es dar cabida y satisfacer las necesidades elementales de los niños/as que allí ingresan, no deja del todo claro el abordaje de aquellos efectos psíquicos de la separación e insitucionalización, agregándose a esto las dificultades reconocidas a la hora de recurrir a modelos metodológicos y técnicos para hacer frente a este problema (Martínez, 2010). A esto hay que agregar que las problemáticas ligadas a la separación no son las únicas que afectan a los niños/as que han ingresado a una residencia. Gracias al aporte de Lacan (1957-58) es que la comprensión de los procesos subjetivos primordiales no pueden entenderse fuera del campo de lo simbólico. De aquí interesa destacar la distinción entre necesidad, demanda y deseo, la cual es de relevancia para dar cuenta de una serie de dificultades presentadas en niños/as en las circunstancias descritas, ya que parte esencial del proceso subjetivo pasa por considerar que la necesidad en la subjetivación se ve transformada por el registro de la demanda. Considerando las líneas programáticas de las residencias es que se puede plantear que éstas se constituyen como instituciones que ubican al niño/a en un lugar de objeto de cuidados, pensando al niño o niña únicamente desde el registro de la necesidad. Por otro lado debido a la dificultad para establecer vínculos duraderos con alguien de la residencia, se dificulta el acceso al registro de la demanda, quedando el cuerpo del niño/a únicamente como objeto de carente y no como objeto de deseo, pero por un deseo sostenido por alguien que pueda articularlo en ese vínculo. Esto es algo que se puede apreciar desde el momento en que el niño/a ingresa a la residencia. Al llegar su cuerpo será manipulado por distintas personas que conforman el personal de la institución; tal rotación estará acorde a los horarios y ritmos del hogar y no a los de cada niño/a, por lo que desde un comienzo existirá un cambio rotundo en los diferentes ritmos y formas de cuidado que para el niño serán completamente desconocidas y sobrepasaran la capacidad metabolizadora de su psiquismo. Tales vivencias quedarán como marcas indelebles en el cuerpo de cada uno de ellos y es allí donde estas se pueden observar. La presencia de enfermedades psicosomáticas, como dermatitis recurrentes, dificultades en la alimentación, problemas de sueño, autoagresiones, poco interés por los demás y los objetos de la realidad, la ausencia de dolor, regresiones, dificultad creciente para confiar en otros, entre otras; conllevando con esto a un desvanecimiento del circuito de la demanda, registro que quedará silenciado bajo las rutinas institucionales mecanizadas y muchas veces deshumanizadas, no existiendo una palabra que nombre y haga corte para hacer diferencia en el tiempo que transcurre; más bien, en estas condiciones, se puede hablar de un tiempo detenido en la infinita rutina que deja de lado la singularidad propia del sujeto. La demanda, tal como Lacan (1957-58) lo menciona, se encuentra en la lógica de la transformación del llanto, del gesto corporal, en una llamada, la cual no logrará articularse sino es por alguien particular que la haga pasar por su discurso, que venga a ocupar el lugar de Otro primordial para que aquello propio de la alteridad nazca de una manera humanizante. De esta forma este llamado al Otro pareciera estar dificultado en aquellos niños/as que se han visto enfrentados a la experiencia de institucionalización. Tal posibilidad de requerir a un Otro ha perdido su intensidad, su consistencia, cierta dimensión que lleva el cuerpo hacia lo exterior. Por otra parte, se observa que algunas de estas experiencias, como la ausencia de dolor, exteriorizadas como autoagresiones o conductas heteroagresivas constituyen una forma de negación de las vivencias del cuerpo además de una pérdida en la búsqueda de otro que nombre las experiencias subjetivas acontecidas, en el sentido que se niega al nivel de un discurso dirigido a un Otro, pero que reaparece en lo real del cuerpo. Es la ausencia de una demanda que conecte la experiencia corporal con el discurso que el otro hace, demanda que no se ancla en el cuerpo únicamente por su valor de discurso, sino que frente a la existencia de un Otro particular que se afecta ante la vivencia. A través del transitivismo es que se propondrá una manera de articular tal problema en este trabajo. Este concepto se explica a través de la siguiente observación: un niño se da un golpe en alguna zona del cuerpo y su madre es quien lo sufre, emitiendo un “ay, eso te dolió”. Es la indicación que hace la madre, a través de un discurso, sobre una experiencia que ella no ha vivido, pero de la que se siente afectada, suponiéndole un saber a su hijo acerca de su cuerpo. Sólo desde ese momento es que el niño sentirá dolor. Se trata de una doble negación, división y represión, de quien emite el discurso y de quien se lo identifica, ya que el que nombra la experiencia niega la vivencia de quien la sufre, que es puro desconocimiento, reprimiendo el afecto que le genera, quedando por esto dividido. Por el lado del niño, este se ubica, identificándose, en el lugar de quien emite el discurso apropiándose de éste y negando su propia vivencia. El discurso transitivista es un golpe de fuerza, ya que implica una negación de la experiencia de un semejante y a la vez que el otro se identifique ese discurso. Cuando la madre dice “ay”, señala que su hijo tiene un cuerpo y le pone un límite a su masoquismo. Esto puede permitir una lectura de la pasividad corporal de los niños que no demandan, como efecto de separaciones tempranas y de periodos de institucionalización, de aquellas miradas pasivas y perdidas en un horizonte sin palabras, pérdida de la intensidad de este choque de fuerza (Berges y Balbo, 1998). Así, las consecuencias de la separación afectiva y la posterior institucionalización de un niño o niña, tendrán como efecto cuestiones relativas al cuerpo, marcas a la espera de un discurso que las puntúe, que haga texto y textura a la vez, cuerpo que se dirija a un discurso que lo afecte, en tanto Otro que dona ese cuerpo por su propia vivencia en un espacio donde la demanda pueda articularse. Planteado así este problema es que se desarrollará la manera en que el registro del transitivismo pueda articularse como un aporte al trabajo terapéutico con niños/as institucionalizados. De esta forma se abordará en una primera parte del trabajo los aspectos teóricos ligados a procesos primarios de la constitución subjetiva, como forma de dar cuenta de aquellos momentos cruciales de la subjetivación y que ciertamente se ponen en peligro ante experiencias de separaciones afectivas precoces y de institucionalizaciones en edades tempranas. En segundo lugar se hará una revisión del concepto de transitivismo para determinar aquellos aportes que puedan permitir ofrecer nuevas posibilidades al trabajo clínico como institucional en el abordaje de las temáticas aquí tratadas. Posteriormente se expondrá parte de la experiencia del trabajo en residencias, aludiendo contenidos clínicos e institucionales para observar la manera en que se entrelazan para permitir dar cuenta de las problemáticas subjetivas surgidas en este contexto particular. Finalmente se abordaran las conclusiones pertinentes, en vías de generar nuevos aportes al trabajo clínico con niños/as en tales contextos.
Idioma: Español
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